martes, 3 de marzo de 2009

NACHO FLORES


Ora si lloren poblanas
lloren por los cuatro vientos
que esos vientos se llevaron
mi canto y mi sentimiento

un día viniendo de la isla de Tacamichapan con Zenén Zeferino, en una vuelta del camino, ya casi llegando a Jáltipan, estaba Nacho Flores con un machete en mano, trozando ramas. Detuvimos la camioneta y esa tarde tuve el gusto de conocer a uno de los viejos músicos del son jarocho que como duende sin rumbo, viajaba por las calles de Jáltipan, comía donde le invitaran, dormía donde podía, y sembraba en algún solar, en alguna partecita de tierra una sola hilera de maíces, unas yucas, unos cilantros, unos epazotes, y con el esfuerzo que hacía su cuerpo ya viejo, era suficiente para darle el sentido de trabajar la tierra, de nunca dejar de ser campesino. Cuando llegaba por acá, se quejaba que ya el hijo de la dueña del terreno le había mochado sus plantas, pues iban a construir, o que los cochinos le había comida sus milpitas, algún maldoso le había arrancado una yuca, siempre sufría por eso, su enojo le demoraba días, pues Nacho tenía su carácter fuerte, no fácilmente los niños podían acercársele, tenía en su mente sus propias formas, sus propias maneras de responder ante los sucesos de la vida. Ese día Nacho nos habló de los cuatro vientos, del norte que es bueno, del sur que es el diablo, de la brisa que es como una mujer agradable, del terral que se alía con el sur y hace sus jaladas. Otras veces acá en el Centro de Documentacion Nacho miraba al cielo, ¡Mira! me decía, “allá arriba están luchando los vientos, el sur y el norte, mañana va a llover”, aunque realmente yo miraba el cielo despejado, de un azul intenso.
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Nacho Flores fué quizá el último de los músicos del viejo Jáltipan. Se le recuerda en las comunidades camino a la isla, en la isla, como alguien que seguía un andar de días, enseñando a tocar jarana para tener complices para la parranda, para tocar en las fiestas, como nos dice don Apolinio Silvestre de Boquiapan:
Nacho vino un 6 de enero, como hoy llegó en la mañana y me dijo: "Apolonio, no tengo compañero". Traía un requinto y una tercera. Yo tenía como la edad de mi hijo –un joven de 17 años–. Me decía: "Ven, Apolonio, ven –mientras afinaba la jarana por cuatro–mira, aquí pones un dedo y no lo muevas, por si no puedes todavía, vas a trabajar sólo tres dedos”. Don Apolonio toma su jarana y hace el mismo movimiento que le indicara Nacho Flores hace 42 años. Aquella noche estaba tocando con Nacho Flores los tres sones que ya sabía ...
Su habilidad para tocar su requinto, las jaranas, hablaban de un ser que entendía el lenguaje de la música, las múltiples afinaciones y su manía de cambiar de afinacion a cada rato en un mismo son, con verdadera habilidad y rapidez. No era fácil de entender, por lo mismo era un músico solitario, un ser que andaba los caminos, las calles de Jáltipan en un andar interminable, siempre en la búsqueda, como esos seres mitólogicos que tienen por destino en seguir, el no detenerse... Era versador, siempre escribía, siempre estaba rezando y diciendo versos al rey David, el rey de los músicos.
Foto de Arturo Talavera, Don Apolonio al frente, Nacho al fondo